Friday, February 18, 2011
La Canelo
Posted, October, 2009
Canelo es uno de mis sobrenombres, aunque solo lo usé cuando vivía en Santiago. Ahora solo soy Sandra, a secas, a veces mis amigas me llaman Madame, en recuerdo a otro sobrenombre que usé cuando me dedicaba a una de las artes mas antiguas del mundo y no es la que se estan imaginando sino al arte de la cartomancia.
He nombrado mi página de la internet con el sobrenombre de Canelo en honor a los gratos recuerdos de momentos importantes en mi vida, trancurridos en Santiago.
De donde viene la Canelo:
Cuando estaba pequeňa, me gustaba y, además, era obligatorio estar todo el día al sol. Por esa razón, mi piel trigueňa comenzó a adquirir una tonalidad muy parecida a la canela. Mi padre, autodidacta, filósofo, libre pensador, excéntrico, místico y absolutamente genuina persona, comenzó a llamarme “Canela”, sobrenombre al que me acomodé con gusto.
Como el pasarse todo el día al sol requiere que una se entretenga con ciertas actividades, pues yo escogí jugar trompo, canicas, subir a los árboles y saltar de rama en rama como un mono enloquecido, irme de cacería con mi biombo metido en el bolsillo trasero de mis raídos pantalones vaqueros, volar mis cometas en los hermosísimos cielos de verano de Santiago y sobre todo, junto con mi hermana Polly, mi amiga Aminta y su hermanito Carlos, irnos de aventureros, casi todo el día, a explorar todo lo que se nos pusiera enfrente y que tuviera que ver con andar al aire libre.
Mi abuela Agustina, matrona, alquimista, sicóloga, bruja, partera, anestesióloga, yerbera y absolutamente experta en arrancarle el pescuezo a una gallina en menos de lo que canta el gallo y en llevarle la contraria a mi padre (lo cual es casi lo mismo), decidió cambiarme el sobrenombre por el más adecuado “Canelo”, dadas mis cualidades poco femeninas, por aquel entonces. Aunque yo me dí cuenta de que el hecho de ser diferente de aquellas “mojigatas femeninas envueltas en su aire de “yonofuí” con la cara empolvada como pescado listo para freir, me hacía más atractiva hacia el sexo opuesto. Quizas serían mis mejillas “coloradas”, llenas de vitalidad y amor a la vida y la naturaleza. Por esta cualidad siempre sonrosada de mis mejillas y boca, Esther, quien trabajaba en la tienda de las Vargas, me llamaba “manzana”. Pero Canelo me gustaba más.
Pues Canelo me quedé.
A consecuencias de todas las variables que conformaron mi niňez y juventud y aňadido el hecho de que yo creo ser un alma que ya ha pasado sus buenos karmas sobre la faz de esta tierra, llevo por dentro el sublime deseo de penetrar tras el velo de la naturaleza y descorrerlo, para poder así entrar en contacto con la Divinidad y hacerme una con ella. Wow!
Poco! Verdad?
Sin embargo, es el camino que nos espera a todos y cada uno de nosotros. No importa cuál sea la ruta que escojamos. Algún día volveremos al Paraíso de donde partimos.
Yo pasé toda mi niňez y juventud en Santiago, un poblado con aspiraciones de ciudad , apacible, elemental, totalmente mágico, que tenía la peculiaridad de paradójicamente proveer experiencias trascendentales a sus habitantes dentro de la total intrascendencia de la vida cotidiana; un pueblo supersticioso, católico a morir, indiscreto, lo suficientemente pequeňo como para conocer las vidas y secretos de cada uno de sus habitantes, cualidad que los santiagueňos llevamos prendida en la solapa con mucho orgullo, junto con una morbosa y peculiar manía de iniciar las conversaciones con el recuento de los más recientes difuntos y de aquellos que están a punto de estirar la pata.
La parte mágica de Santiago fue la que yo viví con mas intensidad.
De pequeňa, obediente a mis mayores, no por mojigatería, sino por precaución a no encontrarme con la “vara de corrección”, como decía mi papá, o sino con “ mema, pásame la correa que le voy a sacar la m… a esta chiquilla desobediente”, como decía mi abuela, pasé gran parte de mi vida dentro de los ritos de la Iglesia Católica.
Católica ferviente, al igual que toda mi familia, compuesta de mi padre, madre, abuela y hermana menor, asistía a misa, cada vez que podía, confesaba mis pecados, comulgaba y no perdía detalle alguno del chismorreo entre los feligreses que abarrotaban la Iglesia por aquel entonces, es decir, casi todo el pueblo.
Como siempre he tenido una mente analítica y un corazón intuitivo, llegó el momento en que una serie de preguntas no estaban obteniendo las respuestas adecuadas a mi entendimiento de las cosas en aquel tiempo.
-Porqué tengo que confesarme tan a menudo?
Porqué los curas tratan de manera tan persistente en hacerme sentir que soy una persona “pecadora”?
Qué es el pecado, a fin de cuentas y quién determina lo que está bien y lo que está mal?
Porqué tengo que aceptar cosas que no comprendo, a título de “artículo de fé?
Etc, etc, etc,.
Pero la tapa del coco, como decimos en Santiago, vino para mí durante las fiestas de la Cuaresma y Semana Santa.
Dentro de la Iglesia había una estatua representando a San Miguel Arcángel, con una lanza en la mano y un pie sobre la criatura mas horripilante y grotesca que ustedes se puedan imaginar. Los que moldearon la estatua se dieron gusto en aňadirle los detalles más aterrorizantes que pudieron encontrar; el aspecto de la cara era feroz, los ojos, rojos y con una expresión genuinamente malévola, el cuerpo enroscado sobre sí y unas alas de murciélago, negras y con unos garfios como puňales en las puntas; los pies, unos cascos de caballo y una cola como una lanza, dispuesta a enterrarse en el cuerpo del que tuviera la desgracia de encontrarse con “esto” en su camino.
Este demonio se encontraba amarrado a una piedra, por un collar de hierro que tenia al cuello.
Yo evitaba pasar enfrente de esta aberrante aparición de los infiernos, pero dentro de mí me sentía un poco segura, aunque no del todo, porque el demonio se encontraba bien amarrado y además, allí estaba San Miguel, para protegernos a todos.
Ahora bien, llegaba el día, creo que el miércoles de ceniza, donde había que ir a la misa a recibir la cruz de ceniza en la frente, lo que daba inicio a los 40 días antes del domingo de Pascuas, que, para el horror mío y de mis compaňeros de catecismos, hermana y amigos de la escuela, cuando pasábamos frente al nicho de San Miguel, el más escalofriante espectáculo se presentaba ante nuestros ojos . En vez de encontrar al diablo encadenado, solo la cadena aparecía en su lugar y hasta puedo asegurar que la faz de San Miguel había cambiado a una cara de poco confiar.
Hay que ver la desfachatez de estos curas en esconder al demonio horrible este y luego decirnos en la misa, que en la noche el diablo se había soltado de sus amarras y “andaba suelto por las calles de Santiago buscando a cuanto incauto se pusiera en su camino para sacarle los ojos, mínimo, sino para llevarse a estos “pecadores” al infierno. Y que no quepa la menor duda que nosotros creiamos al pie de la letra que asi era la cosa.
Que horror! Nosotros los pecadores!
Quién ha dicho que es un pecado meterle un coscorrón a mi hermana cuando comienze a perturbar mi paz interior?
Y cómo voy a hacer para no irme a la calle a lanzarle a mi mamá cuanto improperio pude haber aprendido a tan tierna edad, cuando ella me llene las piernas de verdugones con su “mulero” ( vara pequeňa con dos tiras de cuero con nudos a intervalos, usada para pegarle a los caballos, mulas y a indefensas e inocentes niňas como mi hermana y yo)
Y qué puedo hacer para que mis ojos no representen y mi boca no musite el mundo de maldiciones que la maestra bien se tiene merecido por haberme pegado con la regla en las manos?
Y luego, a la hora de ir a confesarse, el dilema de siempre: porqué todas estas situaciones son consideradas como “pecado” y peor, porqué hay que “pagar” por ello.
Tiene que haber una solución a este problema, porque yo absolutamente creo que no he nacido con ningún pecado y jamás de los jamases pienso poner un pie en el infierno.
Así que mi única alternativa fue la de comenzar a tratar de entender en donde radica el bien y el mal, o sea, cuál es la raíz verdadera de todos los males y dónde estoy yo parada en relación a Dios y el Universo.
Y fue así como se inició mi labor de investigadora en el mundo espiritual, labor que todavía continúa hasta el día de hoy.
En cuanto a otros aspectos de mi persona, les diré que me encanta escribir poesías, me fascina la música, especialmente la música electrónica tipo new age, me gusta cocinar y creo que lo hago respetablemente bien, no soy muy modesta en cuanto a reconocer las cualidades que me adornan, y a santo de qué habría de serlo? Además, detesto las etiquetas.
Debido a que ha pasado la mayor parte de mi vida en una búsqueda espiritual, estudiando las grandes religiones, las chiquitas tambien, estudiando sistemas filosóficos, trabajos de grandes Iniciados, a final de cuentas encontré un sistema que resonó dentro de mí como el más adecuado a los fines y propósitos a los cuales he estado dedicando prácticamente mi vida entera y es a través de este maravilloso sistema mejor conocido como La Kábala, que he podido realizar una verdad tan sencilla y a la vez tan absolutamente maravillosa, pero que condensa todos mis aňos de estudio: “El reino de Dios está dentro de nosotros”.
Y una vez que esa verdad se asentó en mi corazón, mi entendimiento del Universo comenzó a cambiar y a mostrárseme poco a poco en todo su esplendor, aunque tengo que admitir que la venda no ha caído de mis ojos en su totalitad.
El camino es largo y yo apenas estoy en el umbral, pero a lo largo de el camino he aprendido muchas cosas y ese es el motivo principal por el que he decidido comenzar este blog, para comenzar a compartir mi visión del Universo, aparte de que he descubierto que cuando escribo tambien aprendo.
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