Aristides Ureña Ramos, afamado e internacionalmente reconocido artista panameño, ha sabido plasmar en sus obras magistralmente ejecutadas, intricados aspectos del género humano, lo que le ha ganado mucho reconocimiento en el ambiente artístico mundial por lo original de sus creaciones.
Deja caer la hoz el tiempo y va segándolo todo. Vuelan los días al filo certero, le siguen los meses, los años, las memorias, los momentos vividos. Todo, o casi todo, tarde o temprano, se va moliendo inexorablemente en el molino eterno del olvido.
Digo casi todo, porque hay momentos que nunca se olvidan. Se quedan para siempre. Son aquellas memorables circunstancias repletas de significado que nos sacuden por dentro y nos ponen en contacto con lo Grande que habita dentro nuestro, aún sin nosotros saberlo.
Este es uno de esos momentos y quiero compartirlos con ustedes.
Yo tuve la dicha de nacer, crecer y estudiar en Santiago de Veraguas, una pequeña ciudad muy especial y que, por aquel entonces, vibraba llena de contagiosa energía revitalizadora y llena de alegría. Tal era esa energía que hoy en día, no nos queda más remedio que reconocerla como magia de la mejor calidad. Y aunque todos participábamos alegremente de esa aura colectiva, habían unos cuantos privilegiados a los que la magia de Santiago envolvió en un cálido abrazo mucho más apretado que a otros.
Aristides era uno de esos privilegiados.
Dueño de unos ojos pícaros, una sonrisa amplia y generosa, una burbujeante personalidad y una innegable pasión por la vida, dentro de él se agitaban desde temprano, los dioses creadores del genio artístico, los que le guiaban, paso a paso a través del laberinto de la vida y que a veces se dejaban entrever de los que nos encontrábamos cerca de él, en actitudes un poco fuera de lo común, como ocurre siempre con los iluminados por el genio creador.
Transcurría gran parte de nuestra juventud, dentro del claustro materno de la gloriosa Escuela Normal Juan D. Arosemena. Por sus interminables pasillos transitaban nuestras vidas y entre una clase y otra, nos juntábamos en pequeños grupos, para el consabido parloteo y las bromas de último minuto.
Cierto día, un grupito del que Aristides y yo formábamos parte, se congregó casualmente en el amplio pasillo frente a los salones de dibujo, frente a las grandes arcadas. Pronto nos encontramos metidos en medio de chispeantes conversaciones salpicadas de bromas y del relajo consabido y como siempre, Aristides era el que llevaba la batuta. De pronto, para sorpresa de los que nos encontrábamos presente y presa de una euforia que a todos nos sobresaltó un poco, Aristides se inclina un poco hacia adelante y su cuerpo adopta una posición con el torso inclinado hacia abajo y las manos colgando, luego pronuncia el diminutivo de su nombre “Aristi” de forma queda, como un indicativo subconsciente del hombre vencido por las circunstancias. Luego y poco a poco, va levantando el torso a la vez que va elevando el tono de voz y continua pronunciando su nombre: “Aristi”, “Aristi”; así prosigue hasta que, en plena posición erecta y con las manos estrechadas como queriendo tocar el cielo, el nombre “Aristiiiiiiiiii” se precipita de su boca en un triunfal crescendo, que nos deja a todos atónitos por un momento, para luego irrumpir el sonoras carcajadas antes las “locuras” de Aristides.
Aristides simplemente creía en sí mismo y en la grandiosidad de su espíritu y no tenía reparos en darlo a conocer, por medio del gesto y la palabra.
Tengo que admitir que en aquel entonces, yo también creía que eran “locuras” de Aristides.
Lo cierto es que la tal “actuación” de Aristides, que para los demás no dejaba de ser una payasada, dejó su marca en mí, como uno de esos recuerdos imborrables en el que la presencia de esa fuerza, que la mayor parte de las veces es incomprensible para nosotros, se hace presente para enviarnos un mensaje.
El mensaje que el grito de Aristides implicaba era esa constatación profunda de que existía algo grande dentro de él buscando expresarse, de que la posibilidad de llegar a la cima ya existía en su mente; el camino ya estaba trazado, la meta ya se había logrado. Intuitivamente, desde muy joven, ya Aristides conocía su potencial, lo expresaba a todo pulmón y de esa manera construía el camino que lo habría de llevar a ser el gran artista que es hoy, orgullo de todos los santiagueños, primeramente, de todos los panameños y del mundo al que un día él decidió conquistar. Y ese mensaje me llegó como una prueba de que la fé en sí mismo es lo primero, que los sueños que el hombre visualiza en su mente y puede creer y caminar hacia ellos con pasión y determinación, se harán realidad, tarde o temprano, no importa los vientos que soplen ni las espinas del camino.
Yo no sé si hoy en día Aristides sigue gritando a pleno pulmón, a lo mejor en el techo de la Capilla Sixtina, lo que sí sé es que para un artista tan exquisito y completo como él, que ha sabido dar rienda suelta a su creatividad en tan innumerables ramos del mundo de las artes y de forma tan impecable, el cielo es el límite.
Gracias por la lección.
Salud, amigo.
Escrito por Sandra Collazos McPherson
Dallas, TX August 26, 2011
No comments:
Post a Comment
Leave me a message!