Salgo de la
frialdad de la casa al fuego del jardín.
Es como entrar en un horno
seteado a fuego lento.
Y pensar
que las plantas están aquí 24/7 y que solo tienen un poco de respiro al caer la
noche o al recibir su ración diaria de agua del sistema de regadío, el cual
debe ser administrado a tempranas horas de la mañana o por la noche, para no
añadir más penas a las pobres plantas
que se cocinan en esta ola de calor que nos acompaña todos los veranos.
No puedo
menos que imaginarme a las personas que
viven en el desierto. Sus vestimentas, sus comidas, cómo se
guarecen del sol, etc. A los cowboys del
antiguo oeste, con sus sombreros, sus botas y sus camisas de manga larga y encima todos
esos aditamentos de cuero. Uf!! A los beduinos y sus trajes amplios y sus
turbantes, sus quesos de cabras y mermeladas de dátiles, el delicioso olor de corderos
asados, deliciosamente condimentados con
aceite de oliva, romero y toneladas de ajo, las refrescantes pautas de los oásises
(no se si se escribe así, pero me gusta cómo suena) y esas noches estrelladas alumbrando las dunas interminables. También concurren a este sitio en mi mente esos
artistas antiquísimos, aquellos que dibujaron figuras de monos, peces, pistas de aterrizajes para naves
intergalácticas sobre las polvosas y resecas llanuras de Nazca.
Llevo menos
de diez minutos en este calor sofocante y ya los glóbulos de mis ojos comienzan
a derretirse, a construirse una atmósfera acuosa alrededor, como cristales
empañados. Me gustaría poner un poco de
este líquido en mi lengua para sentir su salobridad, pero desisto al instante. En su
lugar pienso en este gran caldero en
donde varios exploradores, con sus sombreros al estilo Indiana Jones y sus ropajes color kaki, se cocinan a fuego lento, en medio de zanahorias, papas
y otros vegetales, mientras caníbales ansiosos se aglomeran a su alrededor, con
sus bocas babeantes y sus tenedores y cuchillos en las manos ( de madera, por
supuesto) . El chef, revuelve el caldero
con un cucharón de madera extra largo, para no quemarse con el vapor que en
espirales asciende hacia el verde dosel
que impide admirar el cielo cargado de nubes .
Busca con avidez los blancos óvulos, delicadeza culinaria de primer orden,
pues el delicado sabor y su tierna
contextura se perderían irremediablemente si se les dejara cocinar por más
tiempo del recomendado. Quién diría!!
La llegada
imprevista del bluejay, (la especie
americana de azulejos, mucho más grandes que sus congéneres latinoamericanos)
me saca de mis cavilaciones. Con su
graznar escandaloso, su actitud
impertinente y un revolotear de alas , en un segundo desaloja el pequeño
recipiente de cerámica lleno de agua que
hemos puesto en el centro del jardín para que los pajaritos se bañen, pues los
pajaritos que alegres disfrutaban su baño matinal salen volando disparados, sin
pensarlo dos veces. Todos le temen al
bluejay.
El baño de los pajaritos!! Recuerdo cuando fuimos a Garden Ridge a comprarlo. Queríamos conseguir un elemento que atrajera
a los pájaros y que no causara tanto revuelo, como cuando les alimentábamos. Qué desastre!! Parece que la voz se corrió
rápidamente y cada día teníamos cientos de pájaros alineados en nuestra cerca y
la de los vecinos, esperando impacientes por su diaria ración de alimento. Lo que menos agradaba a los vecinos, (
malagradecidos desconocedores del arte natural) eran las pequeñas y a veces
grandes, dependiendo del tamaño de las aves, obras de arte con las que se complacían en salpicar las
paredes de las cercas. Bueno, tengo que
admitir que a veces yo no me sentía tan complacida por esta demostración de
agradecimiento de las aves.
Unas
nubes blancas y gordezuelas tranquilamente se deslizan allá en la celeste curvatura. Como el manatí
blanco que vimos el sábado pasado cuando fuimos al Acuario de Dallas. Un manatí gigantesco y bonachón, con su cara
de yo-no-fui y su cola de remo, moviéndose con lentitud y cierta gracia en las
azules aguas del estanque.
Los limones
están creciendo rápidamente. Son de una
variedad llamada Meyers, muy apreciada por su combinación de sabores,
entre mandarina y limón.
Casi no puedo esperar que estén listos de cosechar. Ya me parece ver la jarra de cristal aquí, a
mi lado, en la pequeña mesita, llena de hielo y deliciosa limonada, a la
par de un platito lleno de las no menos deliciosas barras de limón. Mmmm, se me hace la boca agua!! Que delicia!!
Entro en la
casa a buscar mi cámara para tomar una foto del jardín y casi me tropiezo con Hugo. Le doy un beso y
sigo mi camino. Cámara en mano salgo al
patio nuevamente a tomar mi foto de la bañadera de los pajaritos.
Tomo la foto, creo que me servirá para postearla
junto con este escrito. Noto la equináceas alrededor de la tina
de los pajaritos y me hago una notita mental de ir a la tienda
a comprar el té, buenísimo para subir las defensas.
Miro al
cielo nuevamente y noto que una nube ha crecido una especie de trompa, lo que la asemeja a un gran elefante
blanco.
El fin de
semana pasado llevamos a Alex, la hija de Hugo a Ft. Worth, para que
experimentara un poco el viejo oeste y justo pasamos frente a un bar llamado El Elefante Blanco, donde dicen se llevó a cabo uno de los últimos
tiroteos y donde se filmaron también varios episodios de Walker, Texas Ranger. A pesar de la interesante historia del lugar
y de su inmensa colección de elefantes blancos, decidimos pasar de largo, así
como esta nube ha decidido pasar de largo, empujada por el viento del sur.
Un pajarito
pía encima de la jungla que ha crecido
sobre la pérgola.
Pienso en
mi Pollito, allá en Panamá y en la
jungla de brazos amorosos a su
alrededor. Pienso en él y sonrío. Este pensamiento me inunda el corazón con un
calor más abrasador que el que se siente en el jardín.
Siguen mis
ojos vagando lánguidamente por todo el jardín hasta posarse con atención sobre
la pequeña estatua de Kokopali, el dios de la música de los nativos
americanos.
Su música
silente lo llena todo, como en aquél jardín,
como en aquél jardín…
La Canelo
Dallas, TX, Julio 11, 2013
La Canelo
Dallas, TX, Julio 11, 2013
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