“Miren los
pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y
sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes
acaso más que ellos?
Miren los lirios del campo, cómo van creciendo
sin fatigarse ni tejer.
Yo les aseguro
que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos”.
El mensaje que
verdaderamente cumple su cometido es aquel que resuena dentro nuestro. Aquel
que unifica las partes dispersas de
nuestro ser y causa una sensación de bienestar y confianza.
No hay nada más
que hacer, que dejarse llevar por las palabras y comenzar a vivirlas, pues de
eso se trata . De la energética
resonancia de la palabra dentro de la misma esencia de lo que nos ha
construido, en el corazón de nuestra cadena acido-ribonucleica mejor conocida
como el ADN, o la escalera de Jacob, por donde subían y bajaban los ángeles.
Qué es lo que oímos?
A cuáles palabras nos abrimos día a día? Desafortunadamente, al eco de nuestras huellas infantiles, en donde
el chip maestro de nuestro ADN estaba
limpiecito, esperando las palabras o comandos que abrían de determinar la futura y oscura o brillante voz detrás de todos nuestros actos,
especialmente aquellos absurdos e inentendibles
que plagan nuestro diario vivir o aquellos
momentos en los que nos sentimos tan cerca de la divinidad, y para los que no
tenemos explicaciones.
Qué afortunado
aquel a quien sus padres dedican palabras saludables. Ellas estarán alimentando un ADN fuerte, no
así un ego, ya que éste último se
alimenta del sentimiento negativo que provocan las palabras negativas.
Pero
afortunadamente, no todo está perdido, para eso están las grandes obras de arte que son los libros
sagrados. Estas sabias y vivificantes palabras de los más grandes iniciados tienen el poder
de borrar esos programas y devolverle la salud a la fuente de vida dentro nuestro que, a través de la unión de esos
cuatro elementos, tan ampliamente difundidos en la simbología oculta
del universo, nos unen en una entidad
que lo contiene todo, que lo sabe todo, que ansiosa espera a que le abramos la puerta
para mostrarnos todo el potencial del
que somos capaces.
No dejemos que se
conviertan en los cuatro jinetes del apocalipsis.
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