Pan, hmmm, que delicia! No hay olor mas deleitable que el aroma de pan acabadito de salir del horno, o mejor aún, cuando se está horneando. Es un aroma que llena la casa y el corazón de contentura. En ese preciso momento, cuando aspiro el aroma de pan recién horneado, todo está perfecto en mi vida. Es uno de esos momentos en donde verdaderamente me siento en el “here and now”, en el ahora, ese maravilloso momento donde la creación simplemente es.
Si repito la palabra pan rítmica y regularmente tendré simplemente el sonido del corazón. Y es que el pan resuena en el corazón. Comerse un pedazo de pan es reconfortante . Para mí, es como trasladarse a los comienzos de la civilización, cuando el hombre dejó de perseguir fieras salvajes y decidió ponerse un techo sobre su cabeza, sentarse al calor del hogar, rodeado de sus hijos, nietos, vecinos, todos con un pedazo de pan en la mano, listos para escuchar las historias de los cuentistas.
Si solo hay pan en el mundo, no hay problemas para mí. Ah, bueno, tiene que haber café, también. Creo que es la herencia que mi abuela Marcelina nos dejó a todos los Collazos, tenemos que comer pan.
Yo me acuerdo la vez que pasé un año viviendo en la casa de la abuela Marce. Casi todos los días, a eso de las cinco de la mañana, llegaba la cajeta del pan. Una caja de cartón llena de pan estilo francés, con el peculiar nombre que se le daba en Chorrera: “pan viril”. Tostadito por fuera y suavecito por dentro. Qué delicia comerse un pedazo de pan viril luego que lo hubiéramos untado con bastante mantequilla y metido en la humeante taza de café con leche! Claro, eso dentro de la santidad del hogar y rodeados de nuestros más cercanos familiares. Hay veces que voy a cenar o me invitan a cenar y cuando llega la hora del pan, me cuesta trabajo resistir el deseo de mojar el pan dentro del café. Ah, los convencionalismos sociales! Cuando llegará el momento en que sea Yo, totalmente Yo y nadie más que Yo? Who knows.
Y como dice el dicho, a falta de pan, buenas son tortas; pero yo lo cambio y digo, a falta de pan, buenas son las hojaldres.
Cuando no hay pan en la casa y tengo pereza de ir a la tienda a comprar, no me queda mas remedio que echarle mano a las hojaldres. Y eso que Hugo y yo “tratamos” de no comer nada que esté frito, pero de vez en cuando me entra la nostalgia de meterme un pedacito de Panamá por la boca. Así que me pongo a hacer hojaldres. Son tan fáciles de preparar, en un dos por tres. A veces preparo la receta regular; pero otras veces me pongo un poco creativa y le añado lo que me parece pueda realzar la receta.
Esta receta que he preparado hoy, lleva hierbas secas, ajo en polvo y aceite de oliva, lo que les da un sabor mediterráneo a las hojaldres.
Si quieren que las hojaldres les queden bien sopladitas, las tienen que freir con bastante aceite y que esté muy caliente. De esta manera las prepara La Raza, como postre, se llaman Sopaipillas y se comen con miel de abejas, riquísimas. Deberían comerlas así algún día.
Aquí está la receta:
2 tazas de harina
2 cdtas rasas de polvo de hornear
1 cdta colmada de sal
1 cdta de azúcar
¼ cdta de ajo en polvo
½ cdta de hierbas secas mezcladas ( italian seasoning)
¼ cdta oregano
¼ cdta. Romero
3 cdas de aceite de oliva
½ taza de agua
Mezclar bien todos los ingredientes secos. Agregar el aceite de oliva y mezclar.
Ir agregando el agua a medida que se va mezclando hasta obtener una masa que comienza a separarse del recipiente y a congregarse en pequeños grumos.
Enharinar una superficie, colocar la masa y comenzar a amasar. Me he dado cuenta que la cantidad de agua es relativa, por lo menos acá en Dallas, a la resequedad del medio ambiente. A veces necesito más de una taza de agua, otras veces con media taza es suficiente. Asi que el agua se agrega poco a poco a medida que amasa, hasta que se obtenga una masa elástica, que cuando la estiramos, alcance más de dos o tres veces su tamaño.
Se deja reposar bajo un paño, como una hora, luego se cortan pedacitos de masa, dependiendo del tamaño de las hojaldras y se estiran con la mano hasta donde alcance la masa. Si la masa se estira para que quede bien delgadita, las hojaldres se soplan bastante.
Se fríen en aceite bien caliente hasta que estén doraditas por ambos lados.
Se comen calientes, acabaditas de freír.
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