Recuerdo los atardeceres en Santiago
cuando mi padre y yo solíamos sentarnos
en la tapia frontal del cementerio
de espaldas a los muertos, de frente al sol
para rendirle honores a la muerte del día.
Yo nunca en realidad creí en la muerte.
Mi padre me dijo que él era una semilla
eterna y que nunca moriría.
Yo le creí.
Que prisa tiene el sol en ocultarse?
La tarde se deshace en mil colores
detrás de las colinas del crepúsculo
el sol se hace gigante antes de despedirse
la noche va extendiendo sus dedos mortecinos.
Titán en bronce y sombra, mi padre se pregunta
la faz resplandeciente, los ojos pensativos
en qué otros campos nacerán las semillas
de los que ya se han ido?
Pausadamente cierra la tarde en su silencio
otro capítulo de luz y de energía
la gran semilla de oro se va hundiendo
entre los brazos amorosos de la tierra
la noche se aposenta en el espacio
titilan, vacilantes, las estrellas
un manto de frialdad lo cubre todo
detrás de mí, las sombras se despiertan.
Poema de Sandra Collazos McPherson
Dallas, TX April 21, 2012