La casa
se fue poco a poco:
una tabla aquí
una hoja de zinc llevada por el viento, allá
unos pocos recuerdos más allá
se fue yendo a plazos, yo diría.
Un buen día
en sincronía perfecta
se fueron las puertas
acompañadas de las ventanas
se aburrieron simplemente
de estar guardando
nada
y estuvo la casa mucho tiempo
mostrando su sonrisa desdentada
al viento
que somnoliento se paseaba
por los cuartos
barriendo telarañas, risas
llantos, soledades, tristezas
barriendo las promesas
barriendo los fantasmas
vagabundos
barriendo
todo.
El piso de cemento
tal vez cansado por el peso
de tantos pasos
decidió compartir su cargamento
y, poco a poco
se fue partiendo en dos
sin importarle que también partía
los caminos que estos pasos
seguirían.
Había
tanta pasión guardada en las rendijas
de su madera carcomida y vieja
que a nadie le extrañó
que al final le entregara su amor
a la maleza
que se aferró con fiereza
a sus paredes temblorosas
como se aferra un amante a las rodillas
de un amor que se aleja.
Lo único que soportó el ultraje
del tiempo fue el fogón
de la abuela
con sus ladrillos grises y sus cazuelas
con olor a tortilla
donde se cocinó el amor por tanto tiempo.
No me quise quedar
para ver el final
me despedí cuando aún mecía
sus paredes maltratadas
con valentía
como bailando un vals
la última canción.
Le dije adiós
volví la espalda
y seguí mi camino…