El amor es un
camino que no tiene regreso.
Es una sola
vía, de adentro hacia afuera. Es el
deseo que nos impulsa, que nos hace
rodar y caer por una espiral al infinito. Es el deseo que surge de nuestra
innata, imperiosa necesidad de dar todo
lo que somos. Siempre. No hay descanso en el amor. Amamos aún cuando no nos demos cuenta. Aún cuando disfracemos ese deseo de darnos
por completo con el ropaje de las emociones, porque el amor no es una emoción
que hoy se tiene y mañana no. El amor es
eterno y siempre se posee. Está revestido de pasión, ese deseo abrasador que nos impulsa a querer fundirnos con el ser amado. Y cuando el amor toca con sus dedos candentes al objeto de su pasión, éste inmediatamente viene a formar parte de esa sublime eternidad, aún si los amantes se separaran para siempre.
Si el amor no existiera, no existiría la vida, pues la vida
es su razón de ser y el amor, a su vez, es la razón de ser de la vida. Amamos, sin saberlo, todo lo que existe, todo lo que forma parte de nuestro diario vivir, aún a nuestros enemigos. Si no amásemos todo lo que nos rodea, no se manifestaría en nuestra vida. Pero dejar de amar es imposible. Amar es la Ley. En el fondo lo sabemos, que sin amor no hay nada. Sin él, todo se perdería en el oscuro abismo,
se rompería el cordón de plata que nos
une a la matriz del universo, el sol se apagaría, los planetas saldrían
disparados de sus órbitas, pues ya no tendrían razón para seguir girando,
porque todos ellos solo buscan dar amor y darlo infinitamente; el sol su luz maravillosa, la tierra, un
sustento para nuestros pies, las lejanas estrellas su brillo inconfundible.
El verdadero amor
solo busca la satisfacción del objeto
de su apasionamiento, es por eso
que los enamorados caen en las primeras
etapas de su relación en una especie de
locura, en donde solo buscan complacer y satisfacer lo mas que puedan el uno al otro. Es en esos momentos cuando pueden vislumbrar
la esencia de la energía del amor, la
esencia de dar y solamente dar. Es por eso que volvemos a reincidir en su maravillosa
locura, cuando perdemos su cercanía, es por eso que volvemos a caer, pues ese es nuestro sino. No lo podemos evitar. Tenemos que caer, lo hicimos al principio y lo continuamos haciendo. Es nuestra razón de ser. El vértice que sostiene nuestro mundo.
Se cae en el amor, para gozar de las alturas. No se puede subir, pues el camino va en una sola dirección, al contrario del camino de la vida que va en todas direcciones. En la caida del amor, se encuentra la estabilidad de la vida. Se cae en el amor para poder levantarnos y seguir caminando, para fortalecernos en su esencia.
El hombre que
busca, quiere o exige que se le ame, pierde por completo la capacidad de
volverse uno con el amor, pues al verdadero
amor no le interesa la
reciprocidad. Por lo tanto, se volverá
ciego y no podrá ver que con su actitud egoísta solo está consiguiendo envolverse en una bruma que se hará cada día más densa a medida que
crece su desesperanza y desconfianza. Esas emociones que nos elevan en unos momentos, para luego
traernos por el camino de la amargura, esos pensamientos que nos atan o que buscan controlar al objeto de nuestra pasión, son las trampas
que ocultan al verdadero amor. Nos hacen
creer que tenemos derecho a recibir
amor o, peor aún, a exigir que nos amen,
cuando en realidad, el tener esas emociones y esos pensamiento es lo que hace que el amor se opaque y se
retraiga, para dejar que nos recreemos en
la miseria que buscamos vivir.
Hay que entender que el verdadero amor no quiere
recibir, sino dar. Punto. El amor no espera nada a cambio, al contrario,
solo busca el bienestar del ser amado. La
paradoja es que cuando amamos desde el centro de nuestro ser, amamos con plena libertad, tanto para
nosotros como para el objeto de nuestra pasión, sin expectativas, aceptando lo
que es por lo que es, porque el verdadero amor es libertad. Esa libertad que
nos hace prisioneros de su pasión
abrasadora.
Y he aquí otra paradoja, mientras más estemos conectados con esa
capacidad de amar sin esperar nada a cambio, es cuando más vamos a recibir; es
entonces cuando vamos a experimentar la verdadera profundidad del amor, es
entonces cuando el objeto de nuestra
pasión se abrirá a nuestro canto y juntos caeremos en la espiral absurda de un sueño contenido,
para seguir recreando nuestro pequeño
mundo, para seguir danzando a la par de los dioses, al rítmico vaivén que mueve todo el Universo.
El amor nunca muere.
La Canelo
Dallas, TX October 10th, 2013