Hoy salí al
patio, temprano en la mañana, con deseos de caminar un rato y sentir la frescura de la hierba bajo mis pies desnudos .
Me acerco
a mi palito de limón, que gracias al cuidado que le dimos en los últimos
dos inviernos para evitar que se durmiera,
ahora está lleno de limones,
verdes aún. Aspiro con extremo agrado el delicioso aroma que de ellos se desprende. Un sentimiento de bienestar me recorre por completo.
El sol
brillante reina dueño y señor de la bóveda celeste sobre mi cabeza y una brisita cálida y seca me envuelve y me recuerda que debo ir a la
tienda a comprarme una loción contra la resequedad, tan necesaria en este clima
semidesértico de Dallas.
El jardín
luce un poco estresado. Las plantas
luchan por conservar la poca humedad que
el inclemente sol insiste en evaporar de
sus hojas casi resecas ya . Las flores
no tienen ese alegre colorido, ese lustre con el que engalanaban los días primaverales. Ahora se dejan caer un poco desmayadas, en espera de la lluvia benefactora que
les devuelva su fresca hermosura. Ya
casi me acostumbro a presenciar
su rápida decadencia en los ardientes meses del verano, luego de la
colorida explosión de la primavera, aunque no ceso de preguntarme si vale la pena tanto esfuerzo en plantar
luego de la devastación que deja el invierno. Pero es tan grato
poder mirar por la ventana de la cocina y presenciar el drama que se desarrolla
en ese pequeño reino que unas cuantas semillas y unas manos laboriosas han construido
para el regocijo de todos sus
habitantes, que el esfuerzo queda totalmente justificado.
Avecillas
de toda clase, mariposas en todos colores y tamaños, abejas, abejorros,
colibríes, libélulas van y vienen a su antojo, alegrándolo todo con su aletear de flor en flor.
Este año el
jardín le ha dado la bienvenida a nuevos moradores, aparte de los inquilinos
que todas las primaveras vuelven al nido que han establecido detrás del aro de basketball sobre la puerta del garaje y en la pequeña
casita anclada en un poste en el centro de jardín.
Una pareja
de cardenales ha construido su nido en el rosal y otra linda parejita se construyó el suyo en el techo de la
terraza, una decisión que creo que
lamentaron, pues era evidente que detestaban enormemente vernos cerca , cosa
que no podíamos evitar pues estaban
prácticamente en nuestro paso.
Ya todos
los pajaritos se fueron al sur, creo y todo lo que queda son los nidos vacíos.
Y hoy, al
salir al patio a oler los limones, me detengo un poco ante el nido vacío de los
cardenales, para admirar su delicada
construcción.
Noto que
han usado pedazos de plásticos, revistas y hasta un pedazo de una receta médica
junto con las consabidas ramitas y pajitas que recogen por ahí y me
río cuando leo uno de los papeles pues dice “warning” o sea, “advertencia” como diciendo aléjense de este nido. Luego me pregunto cuál sería el criterio de
construcción usado por estos pajaritos a la hora de escoger los materiales para
el mismo. Quién o qué les impulsó a
decidir que un pedazo de plástico queda muy bien incrustado en el nido. O un pedazo de papel?
Lo que me
hace pensar en algo que leí hace tiempo acerca del espíritu o inteligencia que
anima a los animales.
Han observado
las bandadas como se mueven al unísono? Y los cardúmenes? Cómo ciertas especies de pájaros vuelan miles
de millas para llegar al sitio en donde
se juntaran con su pareja para procrear?
Lo mismo de los peces, o las tortugas.
Todo,
absolutamente todo en la naturaleza es
perfecto y es regido por una mano que mueve todo de acuerdo con lo establecido
por el plan que ella sigue para sus habitantes.
La mano del
Espíritu.
Nosotros
también podríamos ser movidos por esta Mano, al unísono, en perfecta armonía con nuestros
congéneres, al encuentro de nuestro
destino final en el seno del Creador.
Pero, siempre hay un pero, nosotros
optamos por el fruto del árbol del bien y del mal y decidimos salir del
paraíso y luego del error cometido, ahora queremos volver y no nos es posible porque ya no nos reconocemos ni a
nosotros mismos y menos aún a nuestros hermanos que nos rodean y que también
están en el mismo barco.
Y todo debido a nuestra insana manía de usar nuestro
raciocinio para juzgar todo lo que se nos
pone por delante y tomar absurdas
decisiones basadas en esos juicios que solo
nos envenenan en vez de dejarnos llevar por la mano del espíritu, como
se dejan llevar los pajaritos en el aire o a la hora de construir sus nidos.
Es por eso
que tenemos que recoger los pedazos del cántaro ese que se rompió en miles de
pequeñas astillas y volverlo a poner como era en un principio.
Tenemos que
volver a construir nuestro nido perfecto, tenerlo listo para anidar a el alma
lista para volar a su sitio perfecto.
Construirlo con pedacitos de papel
llenos de letras. Aquellas
maravillosas letras con las que el Creador lo construyo absolutamente todo. Una
a una irán llenando el vacío que el
exilio de aquel jardín eterno creó en nuestros corazones.
Una a una.
Así como los pajaritos construyen sus nidos.
Ramita por ramita.
La Canelo
Dallas, July 10, 2013