Cabanga.
No sé qué tiene la
cabanga que la comes y te da por
suspirar.
La primera vez que comí cabanga fue en la casa de mi abuela Marcelina. Yo acababa de llegar de Santiago para
vivir un año en su casa, lejos de mi madre, mi abuela y mi hermana.
La comí pedacito a pedacito, intrigada por el dulce amargor de los
oscuros bocaditos, pensando si no serían las lágrimas que corrían por mis
mejillas la causa de este sabor.
Hubiera preferido comer huevitos de leche, pero no quería rechazar los intentos de mi
abuela de hacerme sentir bien.
-Venga para acá, mi monterianita- la voz de mi
abuela tenía el mismo timbre dulce
amargo de la cabanga.
Dejé escapar un hondo suspiro
entrecortado y, aliviada, dejé el pedazo de dulce a un lado, limpié mis ojos con el borde de mi
falda y los concentré en la no tan familiar figura que tenía enfrente.
Habíamos venido pocas veces a visitarla, porque en aquellos tiempos
duraba una eternidad viajar de Santiago a La Chorrera, donde ella vivía. Tal vez por eso mis recuerdos eran vagos. Lo más probable era que en esas cortas visitas, mi hermana y yo no teníamos tiempo
para andar tomando nota de los adultos, solo para
jugar y corretear por la casa de la
abuela.
Pero ahora, era distinto.
Venía para quedarme y quién sabe por cuánto tiempo.
Para mis ojos de niña, mi abuela era como una montaña, grande
y llena de nieve en la distante cima. Tenía unos ojos que brillaban detrás de los anteojos. Sus mejillas
eran dos montoncitos sonrosados y
cuando se reía, lo cual hacía a menudo, la carcajada le movía todo el cuerpo, cosa
que no dejaba de asombrarme porque nunca había visto a una persona reir
con tal intensidad.
-Mira Canelita, para que te alegres un
poco, te voy a enseñar un arte que me enseñó mi mamá y que estoy segura te va a encantar- dijo la abuela, a la vez
que procedía a abrir una lata de metal que descansaba en su regazo.
Por un momento me olvidé de la cabanga y me quedé extasiada al ver el
contenido de la lata. Ristras de perlas
de varios tamaños, esferas y cristales en variados diseños, gusanillos de metal, alambres, ganchos y
peinetas para el cabello.
-Vas a aprender a hacer
tembleques. Esos hermosos adornos que
lucen las empolleradas en su cabeza. ¿Te
gustan los tembleque? _silenciosamente asentí- Ya verás lo fáciles que son de hacer. Vamos a
hacer tembleques para la pollera de gala, que son todos blancos. Comenzaremos por un diseño sencillo para que
aprendas y luego iremos construyendo los más complicados, como mariposas,
flores. Después, cuando hayas aprendido,
te dejaré que inventes tus propios diseños. Pero primero ve y lávate las manos y la boca,
que las tienes todas embarradas de cabanga y en cuanto regreses, nos pondremos
a hacer tu primer tembleque.
Los ojos de mi abuela sonrieron y, no sé por qué, el dulce-amargo tono en su voz al igual que el sabor en mi boca desaparecieron para dejar lugar a la pura dulzura de los huevitos de leche de mi memoria.
Los ojos de mi abuela sonrieron y, no sé por qué, el dulce-amargo tono en su voz al igual que el sabor en mi boca desaparecieron para dejar lugar a la pura dulzura de los huevitos de leche de mi memoria.
Me olvidé de la cabanga y me puse manos a la obra.
Tantos años han pasado.
Estoy lejos de mi patria, ya me
olvidé de hacer tembleques y también de los
huevitos de leche.
Y es extraño, pero ahora, me ha dado por comer cabanga.
Y es extraño, pero ahora, me ha dado por comer cabanga.
(suspiro)
Tembleques
Canelo
Sandra Collazos McPherson
Dallas, TX August 8, 2015